martes, septiembre 05, 2006

Elitismos

Hace ya muchos años que nuestras universidades públicas dejaron de ser instituciones de excelencia. Quizás todo empezó con el peronismo y su idiota miopía educativa; y luego Onganía se encargó de seguir expulsando el talento de punta; finalmente Alfonsín y sus continuadores decidieron que la universidad no fuera de los mejores sino de cualquier graduado secundario. En todo ese tiempo, la desidia, la ineficiencia administrativa, la vulgar militancia estudiantil, la desorganización, hicieron su trabajo de destrucción.

Por eso creo que mejorar la educación universitaria no pasa necesariamente por aumentar el presupuesto (lo cual sería bienvenido en otro contexto) sino en hacer que el sentido común vuelva a reinar en la política universitaria.

Porque estamos ante un problema eminentemente político, en el sentido amplio: es un tema de ideologías e ideales. Nuestras universidades no producirán graduados de excelencia consistentemente hasta tanto no mejoremos su calidad educativa y su capacidad de investigación. En general, no es bueno separar la investigación de la docencia, aunque sea porque ambos florecen en un entorno en la que la ciencia, la erudición y el arte son valuados como intrínsecamente buenos y en donde se presume que hay una búsqueda constante de ideas nuevas y hasta revolucionarias.

Pero hay razones más serias que afectan la calidad de nuestras universidades. El concepto de aprender, la adquisición del conocimiento y el ejercicio de la creatividad dentro de los límites fijados por la evidencia y la razón se han devaluado en nuestro país con mayor velocidad que nuestras sucesivas y fallidas monedas. Para ver por qué sucedió esto basta con observar el estado de la educación secundaria.

Hay una contradicción entre el deseo de que todo el mundo acceda a la educación universitaria y el deseo de hacer a la educación el medio por el cual sus estudiantes se capaciten adecuadamente para ganar su sustento usando sus habilidades y contribuyendo a la economía del país.

Porque el problema no son aquellos afortunados que acceden a la universidad y logran graduarse a pesar de todas las dificultades que el sistema les impone. El problema son todos aquellos que nunca ingresan a la universidad o que ingresan para abandonar a los pocos o muchos años sin poder terminar la carrera, a los cuales el colegio secundario no les provee de nada de valor para su vida. El escándalo es que muchos de esos graduados del secundario, a los que la universidad acepta sin demasiados reparos, no están siquiera capacitados para escribir inteligiblemente, leer críticamente o pensar en forma analítica. El título secundario claramente no sirve como preparación para muchas carreras universitarias. Pero hacer más exigente al secundario, o incorporarar exámenes que diferencien a los talentosos del resto sería crear una elite intelectual; y esto no es viable en el clima político preponderante.

Este horror por las elites reside en el corazónde nuestro problema universitario ¿Pero cómo podemos pretender que nuestras universidades sean de excelencia si no pensamos que las mismas deben ser a la vez elitistas? Cualquier persona racional aceptaría como una verdad elocuente que no todo el mundo puede ganar un Nobel. Pero aceptando esto, mucha gente aún cree que todo el mundo, sin importar su talento, debe tener la chance de ser profesional.

Esto es moralmente inobjetable, pero no significa que todos deban ir a la universidad. Lo que significa es que todos, desde los 4 o 5 años de edad deben recibir una educación que los habilite a ejercitar sus talentos excepcionales, de tenerlos. Esto a su vez implica que si hay individuos académicamente sólidos, deben recibir herramientas tales como el dominio del lenguaje y de la argumentación racional, con las que podrán progresar y deben pasar exámenes que les permitan demostrar cuán buenos son en sus respectivos talentos.

Debemos ser capaces como sociedad de escapar de la confusión entre discriminación social y discriminación intelectual.

En todo caso, no podemos esperar que nuestras universidades mejoren si su tarea consiste en proveer a los estudiantes de los conocimientos y habilidades básicas que debieron haber recibido en la educación primaria y secndaria. A los 18 años, los estudiantes deberían tener si no una pasión por aprender (la cual es sin duda poco usual), al menos la habilidad para seguir y beneficiarse de un programa académico, el cual le será de utilidad en cualquiera sea la profesión que elijan. Y de esa forma sentirán respeto por la tarea de aprender y por las instituciones donde ese aprendizaje se lleva a cabo.

4 comentarios:

Ulschmidt dijo...

Uno de los elementos mas patéticos que contribuyen al deterioro universitario son las agrupaciones políticas. Juegan el papel de gremios de estudiantes y su reclamo monocorde es bajar exigencias, en especial en los ingresos. Operan en los juzgados de concursos para premiar filiaciones propias y castigar ajenas y por controlar el decanato o la rectoría son capaces de parar la facultad por semanas.
No se cual sea su función útil. Eventualmente reclutar simpatizantes. Suelen ser el camino de ingreso a la militancia para que un estudiante de Derecho llegue, 20 años después, a diputado o gobernador. Hábida cuenta que el 80 % de lo políticos de orígen universitario son abogados podrían circunscribir la plaga a esa carrera y dejar las otras en paz.

il postino dijo...

En Derecho estos pibes se reciclan como políticos profesionales; en Sociales y Filo, juegan a hacerse los revolucionarios locos; en otras carreras no se, pero recuerdo que en Ingeniería, en los 80, hubo una agrupación razonablemente independiente que durante años gestionó el centro de estudiantes con cierto criterio (desplazando tanto a los ladrones de la Franja como a los ladrones de la UPAU; la izquierda no existía a todos los efectos prácticos). Pero con los años perdió entidad. Creo que experiencias similares ocurrieron en otras facultades de perfil técnico....

Juan Sagasti dijo...

IAWTP Postino.

Pero vuelvo a repetir, creo que tenemos el "meme" de la ingenieria embebido en nuestros cerebros. Hagamos un esfuerzo por entender a los no-ingenieros y su cosmovision para poder entender sus acciones. Tal vez asi podamos adaptar el discurso para cambiarles la cabeza y modificar la realidad.

il postino dijo...

Creeme que me dedico cada día a intentar que el pensamiento mágico y el voluntarismo fofo tengan menos impacto en nuestra sociedad...pero no es fácil: hay gente formada durante años para ignorar los datos de la realidad....